Un fino equilibrio es el que ha tenido que realizar nuestro canciller Marcelo Ebrard para reducir 74.5% el cruce de migrantes por la frontera norte y, al mismo tiempo, procurar a los migrantes en la frontera sur. La norte, una de las fronteras más transitadas y anheladas del mundo entero; la sur, una de las fronteras más peligrosas que representaba un filtro criminal frente al cumplimiento de un sueño de libertad. La migración siempre ha sido, y con el tiempo esto no se reduce, uno de los temas más complejos para nuestras sociedades. No solamente implica la presencia del extraño, de lidiar con la otredad, de compartir y convivir, para unos, sino también implica la necesidad ante la penuria, la garantía de una vida y la obtención de seguridad, para otros. Estos son los dos adversos de una misma moneda; y se elija la que se elija, para una de las partes, siempre se elegirá mal.
La política embate la realidad, no la crea. Ésta se le presenta con todas sus imperfecciones, con todas sus necesidades, con todas sus carencias y el político, el buen político, tiene que saber lidiar con ellas; saber resolver temas que son necios ante nuestros deseos, saber cómo resolver lo que nos afecta sin menoscabar los intereses de los más y de los menos. La política no es el arte de la respuesta correcta, ni la aldea del conflicto ausente. Vive en la eterna balanza de una realidad imperfecta y nuestros deseos por mejorarla.
Ciertamente, hay cosas que se pueden (y posiblemente se deben) criticar sobre la actual política migratoria en México. Pero para mejorarla. Hasta ahora, el conteo es de carga positiva: mayor control en nuestras fronteras, reducción en los absurdos flujos de tránsito, procuración de empleo y estancia segura para los migrantes, entre otras medidas.
Todos sabemos que el tema migratorio, además, en nuestro país adquiere un tamiz distinto que lo hace más complejo de lo usual: no somos ni destino ni sueño; somos puente de paso. El migrante no viene con la esperanza de quedarse entre nosotros, sino lo que quiere es deshacerse de nuestro entorno. Nuestra migración es efímera y cambiante. Por lo tanto, las medidas son más difíciles de aplicar y, sobre todo, de complacer.
Sin embargo, se ha aplicado la ley, se ha hecho valer el orden en esa búsqueda por la libertad y se ha procurado cambiar esa realidad que golpeteaba a nuestra política día con día. No puede haber paso con agresión, no puede haber recepción con violencia. La política es el arte de la acción, no de la observación.
El mensaje es claro, somos amigos de los migrantes, pero no somos tapete ni pasillo de nadie. La imposición del orden puede enfurecer a algunos, empero, no pueden sugerir que era mejor el paso desordenado, desatendido e indiscriminado que había. Dejar a los migrantes a merced de los criminales, darles paso inseguro hacia el norte. No rastrear su camino, ni ofrecer trabajo o posibilidades de subsistencia. Sí se puede hacer mejor, pero también lo que se está haciendo no va por mal camino. En la realidad todo es perfectible, todo es mejorable, pero no por ello, hay que quedarse cruzado de brazos o atacar el sano intento por mejorarla.